“Después miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y aquella voz me dijo: Sube acá… Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado.” Apocalipsis 4:1-2
¡Qué lejos estamos del cielo! Y no me refiero a una distancia en kilómetros o años luz, que es la medida usada en astronomía. Me estoy refiriendo a la distancia que media entre el estilo de vida que se practica en el cielo, entre el ejército de criaturas de Dios, y nuestra congestionada Tierra.
Allá arriba se respira un clima diferente. Una mirada al libro de Apocalipsis, la revelación de Dios dada a Juan, me hace ver aquel panorama celestial. Desde el capítulo 4, una ventana abierta en el cielo y la invitación al profeta de subir y mirar, nos deslumbra con una atmósfera de adoración, servicio, gratitud y temor reverente.
Tómate el trabajo de contar la cantidad de alabanzas y cánticos dirigidos al que reina por los siglos de los siglos.
Revisa cada orden emitida desde el trono y su correspondiente respuesta inmediata de obediencia sin cuestionamientos. Analiza cada palabra dirigida al que está sentado en el trono y al Cordero: honor, honra, gloria, imperio, potencia, dignidad, etcétera. Ahora observa quiénes ministran delante del trono: almas de los redimidos, seres vivientes creados con propósito, ancianos con coronas en sus cabezas, las estrellas del cielo, los habitantes de la Tierra, ángeles, arcángeles, querubines… Todo lo que respira alaba a Jehová.
Ahora descendamos otra vez a nuestro congestionado mundo. Repasemos lo que sale de nuestras bocas. No es alabanza y adoración. Quejas, gritos, reclamos por los derechos, críticas, desprecio. Detengámonos por un momento a considerar la forma en que respondemos a los preceptos de Dios.
No es con obediencia incondicional. Cuestionamos, discutimos, presentamos nuestras contrapropuestas, decidimos obedecer o desobedecer… Ya no hay canto, ya no hay alabanzas de gozo… ¿Dónde radica la diferencia?… En el que esté sentado en el trono. Juan vio, en aquel capítulo 4, al Señor Dios Todopoderoso sentado en el trono.
Y en tu vida… ¿quién reina?… De ese centro de mando depende el clima que se viva alrededor de ese trono. Démosle al Señor el lugar que se merece y anticipemos el cielo aquí. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
Pensamiento del día:
Hay un trono en el interior de cada humano. De quién lo ocupe depende el destino y el disfrute de su vida.