En las épocas donde la tecnología no había invadido tanto la manera libre y creativa de jugar de los niños, un simple juego como el “veo-veo” podía entretener durante horas la intriga y la adivinanza de quienes se disponían a jugarlo. No había reglas complicadas, solo uno daba ciertas pistas y el otro debía descubrir el objeto en el que su compañero hacía foco. En síntesis, se trataba de “ver lo que el otro estaba viendo”. Si alguna vez lo jugaste eso evidencia que eres de aquella generación, al igual que yo. ¡No te desesperes! Lo cierto es que más allá de lo anecdótico, la mirada ocupa un papel constitutivo entre las personas y en las personas. Muchos filósofos y escritores han desarrollado teorías fundamentales para explicar el impacto que genera que haya otro que nos vea. Sartre, por ejemplo, decía que: La presencia del otro es necesaria para nuestra propia autoconciencia, somos conscientes de nosotros mismos en la medida en que el otro nos valora, cuenta con nosotros, nos estima, odia, quiere, detesta… La presencia del otro y su mirada, tiene un valor tan importante que solo mediante ella se puede decir que somos conscientes de nosotros mismos. Es evidente que Jesús conocía esto a la perfección. Su manera amplia, acabada, inclusiva, amorosa, restauradora y justa a la vez, provocó transformaciones personales más revolucionarias que cualquier teoría humana que pudiese haber existido. Así le sucedió a Pedro luego de negar su fe amenazado por el miedo. No sintió juicio por parte de Jesús sino comprensión, empatía y oportunidad.
Muchos seres en este mundo pueden haberte lastimado o desestimado con su mirada, dejándote herido y excluido. O por el contrario te han hecho creer que eres más de lo que eres, promoviendo tu soberbia y tu altivez. Pero la mirada de Jesús restituye. ¿Cuál es la mirada que necesitas recibir hoy de Jesús? ¿De amor, de dirección, de protección? Confirma en Él tu identidad.
Imagínate cómo mira Jesús para que así también mires tú. Santiago Benavidez