Uno de los problemas mayores que enfrenta América Latina, tiene que ver con las dificultades de los seres humanos para convivir.
Esto no solamente es asunto de familia. También en los equipos de trabajo, en los equipos deportivos o en los encuentros entre amigos o conocidos. Dichas dificultades abarcan un amplio espectro que va desde las críticas y murmuraciones hasta la violencia física y los golpes.
La violencia social no exime ninguna clase social ni tampoco niveles intelectuales o prácticas religiosas. La intolerancia, la incomprensión y las luchas de poder son tan antiguas como la humanidad misma. Las cifras referidas a este fenómeno aumentan y son cada vez más visibles, gracias a los medios de comunicación y las leyes que defienden los derechos de los más vulnerables.
Sin embargo, la violencia ¡No para! Y más allá de ser una realidad mundial, por lo siniestro y por los daños irreparables que ocasiona, se sigue negando en muchos ambientes y cargándose de prejuicios.
Ningún grupo humano está exento de caer en relaciones violentas o cargadas de intolerancia. Las luchas por el poder, las jerarquías y los conflictos son parte de la naturaleza humana y aspectos contra los que debemos luchar en el ámbito de nuestras creencias y de emociones.
Nadie esta inmune. Muchas veces el discurso de la violencia esta encubierto en modelos verticalistas, patriarcales y económicos o de clase. Jesús, en su camino por este mundo, estableció relaciones de paz como un modelo opositor a la violencia y a la intolerancia.
Nosotros, podemos trabajar para la paz desde el lugar que estamos ¿Cómo? Rompiendo el silencio, dejando de creer como natural o irreparable un vínculo violento y sobre todo desactivando la violencia desde la prevención y el diálogo.
Para terminar, ten en cuenta que Dios tiene poder para tratar con tus heridas. Si eres víctima de una relación violenta ¡Busca ayuda! Pero si eres quien la ejerce también necesitas ayuda y reparar tu imagen en el Amor y Perdón de Jesús. Solo si tratamos profundamente con este mal, podemos empezar a dar lugar a la esperanza.
En el centro de la no violencia se alza el principio del amor