La historia de la humanidad comienza allá, por el Edén, con un Dios caminando al lado de su criatura. Continúa con un listado de hombres y mujeres que impactaron su generación, siendo un factor de cambio, y con ese mismo Dios haciendo morada en sus vidas ocasionalmente. Luego, ese Dios moró en una gran “tienda de campaña” o tabernáculo que se armaba y se desarmaba. Así, acompañó a su pueblo en la travesía del desierto. Posteriormente ese pueblo conquistó su propia tierra y construyeron un hermoso templo para su Dios, templo en el cual habitara su gloria, gloria que paulatinamente se fue retirando, porque Dios no convive ni convivirá jamás con la idolatría. Después de un largo período de tiempo y de silencios, nos visitó de lo alto “La Aurora”, la luz. Esa luz que alumbra a todo hombre, Jesús. Vino y acampó entre nosotros. Él nos dijo que en Él habitaba la plenitud de Dios. Lo creímos, porque lo demostró con sus hechos y porque vimos su gloria. Gloria como la del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.  Pero nunca le tuvimos tan cerca a Dios, a su Espíritu y a su gloria como en esta dispensación. Sí. Hoy Él  mora en nosotros. Despidiéndose, y ante la mirada confusa de sus discípulos, les dijo: “Os conviene que yo me vaya, pues hasta hoy yo estuve “con” vosotros, pero a partir de ahora estaré “en” vosotros”. En resumen, Él se acercó a una relación de intimidad con nosotros lo más que pudo. Hizo todo lo posible por estar más cerca que nadie y que nunca con nosotros. ¡Y lo logró! Fundió Su ser con el  nuestro y el nuestro con el de Él. ¡Vive dentro de nosotros!

Lo triste de esta historia  es que a nosotros no nos interesa estar cada vez más cerca de Él. Ignorar esta verdad acerca de la “embestida de su amor” es la evidencia más clara de nuestra falta de interés en pasar tiempo a su lado. De allí surge nuestra inmadurez espiritual, nuestra fe raquítica y nuestras relaciones interpersonales enfermas. (Igual que en iglesia de Corinto)

Pensamiento del día: Te amó tanto que quiso quedarse a vivir dentro de ti.  ¿Por qué continúas huyendo de Él?