Permíteme narrarte tres breves historia de la Biblia, enmarcadas en un ambiente festivo.
Sí, tres banquetes que nos dejan lecciones acerca del carácter de Dios y que pueden cambiar tu vida. La primera la encontramos en la biografía de David.
Después de años de andar perseguido injustamente por su propio rey, Dios le concede el trono. En aquella cultura, el rey entrante tenía el derecho de aniquilar a toda la descendencia del rey depuesto, en este caso: Saúl. Pero en un acto de misericordia, no solo perdona la vida a Mefiboset, nieto de Saúl, lisiado de ambos pies y que vivía apartado en un basural, sino que lo invita a ser parte de su corte y comer siempre a su mesa.
Pero las páginas bíblicas avanzan y nos sorprende la historia de un rey que hizo un gran banquete e invitó a sus comensales. Uno tras otro se disculparon, lo cierto es que nadie asistió y la mesa estaba repleta de manjares. “Vallan por las calles e inviten a cuántos encuentren”, fue la orden del rey.
Obvio que en cuestión de horas la sala de llenó. Pero entre los invitados se había infiltrado uno que no entró por la puerta para recibir su mandil acorde al color del evento, sino que estaba con su propio vestido. “No. Así no. Todos están invitados gratis, pero nadie entra a su manera ni por donde se le antoja”, exclamó el rey manifestando rectitud a su palabra.
Y nuestro último banquete es el más conocido, es el que preparó el padre amante a su hijo pródigo y que levantó la queja del hermano mayor. Vestido, anillo y fiesta, porque el que se había perdido fue hallado. ¡Cuánta gracia! Sí. Misericordia, justicia y gracia.
El plato principal de cada banquete. Y el ingrediente principal de Dios que sazona tu vida con el toque sobrenatural de Su presencia. ¿Lo tienes? ¿Lo disfrutas? Si no es así… ¿Qué estás esperando? La invitación sigue abierta.
Basta de soportar y prepárate para disfrutar. Él puede cambiar tu insípida existencia en una dulce experiencia.
Pensamiento del día:
Su misericordia te rescata, Su justicia te recubre y Su gracia te sostiene.