“¿O acaso te crees el dueño del mundo?”… Esta pregunta desafiante la hemos escuchado más de una vez cuando alguien siente que nos hemos extralimitado en la defensa de nuestros derechos avasallando los derechos ajenos.
Muchas veces esta sentencia es injusta. A lo largo de la historia miles de cristianos han sido increpados, amenazados y juzgados injustamente a causa de su fe.
Basta mencionar las amenazas tajantes que los líderes religiosos judíos lanzaban sobre los primeros cristianos obligándoles a callar respecto a su credo. “No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”, era la valiente respuesta. “Estos que trastornan el mundo entero”, así se refirieron a ellos en cierta ocasión. (Hechos 17:6) Bueno, dijo una vez un creyente, no seré el dueño del mundo, pero soy el hijo del Dueño.
Esta verdad debería cambiar nuestro estilo de vida y nuestro carácter. ¡Eres el hijo o la hija del Dueño del mundo! ¡Eres heredero de preciosas y grandísimas promesas! ¡Eres sacerdote y un rey que en el futuro reinará sobre el mundo entero!
Vivimos como mendigos, tristes, deprimidos y estresados. Buscando por ahí migajas de afecto, despreciando las riquezas que Él nos ha dado.
Pablo oraba para que los creyentes de Éfeso sean iluminados en sus corazones y se dieran cuenta cuál es la esperanza a la que Dios los había llamado.
Para que puedan descubrir la riqueza de su gloriosa herencia entre los santos, y cuán incomparable es la grandeza de su poder a favor de los que creemos.
Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz que Dios ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en las regiones celestiales.
Él está muy por encima de todo gobierno y autoridad, poder y dominio, y de cualquier otro nombre que se invoque, no sólo en este mundo sino también en el venidero. ¡Pero lo más grandioso es que todo eso, Dios lo sometió al dominio de Cristo, y a través de Él, que es la Cabeza, a nosotros, su iglesia! (Efesios 1:18-23)
Pensamiento del día:
No seré el dueño del mundo, pero soy el hijo del Dueño.