¿Conoces a Manny Pacquiao? es uno de los boxeadores más reconocidos a nivel mundial y un símbolo de victoria en su natal Filipinas donde, además, es un símbolo de esperanza y dedicación.
Pero su vida no fue tan fácil como ganar una pelea en el ring. Durante su infancia, la pobreza y la violencia marcaron su destino. Su padre lo golpeaba y humillaba.
Cuenta en su biografía que uno de esos días cuando su padre llegaba ebrio a la casa, mató a su perro que, como toda mascota, era el único ser en el que este niño encontraba compañía y afecto. Soportó esta violencia hasta los 14 años cuando decide marcharse de su hogar y vivir en las calles. Para sobrevivir vendía cualquier cosa que pudiera.
Muchas veces tuvo que dormir en el ring donde entrenaban los boxeadores porque no tenía un hogar a donde llegar. En sus inicios sus peleas ganadas le otorgaban 2 dólares al día y esto era toda una fortuna para un chico de la calle.
El 22 de enero de 1995 Pacquiao debutó como boxeador profesional con 16 años de edad. Así siguió su carrera y hoy Manny, es un boxeador que quedará en la historia como uno de los mejores. Campeón mundial en 6 divisiones diferentes, pasó de vender pan en las calles, a ser el segundo boxeador mejor pagado en el mundo. ¿Qué hace la diferencia entre historias de superación como estas y otras donde no se logra salir adelante de las contradicciones de la vida? Son muchas las respuestas, pero lo cierto es que muchas veces nos enfrentamos a situaciones límites y no siempre logramos salir invictos.
En este punto tenemos dos opciones: dejarnos vencer o sobreponernos y salir fortalecidos.
Dios ha puesto eternidad en el corazón de los hombres y esto abre una dimensión sobrenatural en el ser humano: La capacidad de reinventarnos.
Descubrir la acción de Dios en estos procesos de retorno a la vida es una experiencia espiritual maravillosa. La reparación, el perdón y la creatividad son los golpes que nos permiten ganar las peleas más duras de la vida.
Pensamiento del día:
Debemos aceptar la decepción finita, pero nunca debemos perder la esperanza infinita.
Martin Luther King.