El Segundo libro de los reyes de Israel cuenta la historia de Manasés, hijo y sucesor del rey Ezequías.
A la edad de 12 años, hacia el año 693 a.C., accedió al trono.
Destruyó la obra reformadora de su padre, erigiendo santuarios paganos sobre los lugares altos, para honrar a Baal, construyendo en el templo de Jerusalén altares dedicados al culto de los astros; inmoló también a uno de sus hijos a Moloc. Manasés no prestó atención alguna a las severas advertencias de los profetas; llenó Jerusalén de sangre inocente. Persiguió especialmente a aquellos que, por fidelidad a Jehová, se oponían a sus decretos (2 R. 21; 1-16).
La tradición rabínica lo acusa de haber dado muerte al profeta Isaías aserrándolo por medio; en el NT parece hacer referencia a ello (cfr. He. 11:37). Dios entregó a este rey al enemigo. Esar-hadón y Assurbanipal, reyes de Asiria, declaran haber recibido tributo de Manasés.
Manasés se arrepintió profundamente cuando su reino le fue devuelto. Destruyó entonces los ídolos, causa de su ruina, y restableció el culto a Jehová y fortificó Jerusalén (2 Cr. 33:12-19). Su reinado, el más largo de los de los reyes de Judá, duró 55 años.
A diferencia de su padre, que comenzó bien y terminó mal, este rey comenzó mal pero terminó bien Definitivamente, las cadenas de hierro le hicieron más bien a Manasés que la corona de oro.
Es que Dios necesita, muchas veces, humillarnos para que comencemos un proceso restaurador y renovador cerca de Él. La prosperidad y comodidad adormecen nuestra alma y pensamos que no necesitamos de nada ni de nadie, ni siquiera de Dios.
Tarde nos damos cuenta cuán equivocados estábamos. Dios es capaz de usar las experiencias más dramáticas de tu vida para quebrantarte.
No porque Él disfrute con tu sufrimiento. Pero si eso es necesario para acercarnos a Él, ten por cierto que lo hará. Porque Dios es Dios celoso. Todo ídolo que compita con Él en tu interior, debe salir a la luz, para eso se debe “quebrar” tu frasco.
Lo hará con amor, con cuidado, con ternura de pastor. Pero que lo hará… lo hará.
Pensamiento del día:
Mejor es el día del luto, que el día del banquete. (Eclesiastés, la Biblia)