Lágrima tras lágrima, gota tras gota, el techo de la sala de mi casa deja destilar agua que baña suavemente el piso y los sillones.
Esta es la forma más poética que encontré para describir la gotera que tengo en mi casa, porque por enésima vez, otro codo de la instalación del agua reventó. ¡Esto es un caos!!! Cuando la presión de la instalación de agua aumenta un poco, algunas uniones defectuosas de fábrica que se usaron al construir mi vivienda se fisuran, inundando todo alrededor.
Pero quise iniciar esta reflexión usando la palabra “lágrima” porque creo que justamente es eso: Un punto vulnerable, creado intencionalmente por Dios, para permitir que, en momentos de presión, sea por allí por donde se liberan mis más profundas emociones.
Lloramos de risa o de bronca. Lo hacemos de miedo o de valor. Al recibir una mala noticia o una buena. Al conquistar la meta o al tener que abandonarla. Cuando nace un hijo o cuando muere un padre. Solos, o rodeado de personas. Al nacer, al morir o al vivir. Es patrimonio exclusivo de la especie humana.
Los árboles no lloran. No lloran las estrellas majestuosas creadas también por Dios. No hay animal, ave, insecto o pez que se pueda decir que llore. Pero el humano sí.
Nuestra sociedad (más bien suciedad), infectada por el virus de “las apariencias”, cataloga de débil a aquella persona que llora.
Existen padres que les inculcan a sus hijos desde pequeños que “Los hombres no lloran”, que llorar es de débiles…
¿Sabes? Una lágrima es un regalo de Dios, capaz de liberar tus presiones, lavar tu historial de penas amargas y aún regar y fertilizar las sequías de otros.
Nunca eres más humano que cuando lloras, nunca te pareces más a Dios que cuando derramas una lágrima, porque también Jesús lloró… Y Él es Dios.
De ahora en más, cuando sientas las “conexiones de tu alma” colapsar por presión, deja escapar tus emociones y derrama tu corazón ante tu Creador.
Él quiere, sabe y puede ser: TU MEJOR PAÑO DE LÁGRIMAS.
Pensamiento del día:
El que nunca llora es como el que viaja sin documentos de identificación, porque una lágrima es la mejor credencial de identidad humana.