En Mateo 7:21 dice que no todo el que dice Señor, Señor entrará en el reino de los cielos, mientras que en Hechos 2:21 y Romanos 10:13 dice que el que invocare el nombre del Señor será salvo. ¿Cómo es esto?
Vamos a leer Mateo 7:21-23. Dice así: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.»
Impresionante. Estas personas, incrédulas todas, se llenaban la boca diciendo que son del Señor. Inclusive, profetizaron en el nombre del Señor, echaron fuera demonios en el nombre del Señor e hicieron muchos milagros en el nombre del Señor, pero tristemente no conocían al Señor. Eran falsos creyentes. Jesús los llamó falsos profetas, lobos rapaces vestidos de ovejas. Jamás había hecho la voluntad del Padre, lo cual es recibir por la fe a Jesucristo como Salvador.
Por este motivo es que no pudieron entrar al reino de los cielos.
Pero ahora consideremos Hechos 2:21 donde dice: «Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.»
Exactamente lo mismo leemos en Romanos 10:13. Ambas citas han sido tomadas del Antiguo Testamento, en el libro de Joel capítulo 2 versículo 32 donde dice: «Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo»
Cuando en estos textos se habla de invocar al Señor o a Jehová, no se está dando a entender una mera articulación de la palabra. No está hablando solo de pronunciar la palabra como lo hicieron los falsos creyentes de quienes habló Jesús.
Está hablando de abandonar cualquier esperanza que uno haya tenido para ser salvo y abrazar con todas las fuerzas la única esperanza válida para ser salvo, la fe en Cristo como Salvador. Solo este tipo de personas son genuinamente salvas. El resto, aunque se maten pronunciando la palabra Señor, no serán salvos jamás.