Si decimos que el primer paso ante una injusticia es enojarse, el segundo paso es meditar antes de hablar.
Si algo nos caracteriza muchas veces es que tenemos la capacidad de abrir la boca antes que el corazón.
Solemos ser mordaces, dar con latigazos antes de meditar en cómo confrontar con la verdad y amor de Dios a las personas.
Pareciera que respondemos más a una ofensa personal que a la santidad de Dios; decimos que lo hacemos por amor a Dios, pero en realidad parece que es más resentimiento.
Nehemías meditó antes de ir a hablar, luego hizo preguntas puntuales que les llevó a darse cuenta del error que estaban cometiendo y como resultado, hubo ese silencio incómodo de aquellos que se vieron descubiertos y confrontados con su pecado, sin poder argumentar nada.
La idea de confrontar a alguien que está haciendo algo malo, no es tener la razón; sino lograr que reaccione y se arrepienta.
Así deberíamos bajar un poco el enojo y meditar en qué y cómo decirlo para lograr este efecto.
Primero medita ante Dios, quizás con tu taza de café antes de volcarte a los demás.
¿Eres puro impulso o piensas antes de hablar?
¿Cómo te gustaría que te digan tu error cuando has hecho algo malo?
¿Tienes la habilidad de reprender con amor?