El “cómo” hace la diferencia, no es cuánto haces para Dios, sino cómo lo haces.
En mi experiencia trabajando en campamentos y programas evangelísticos llegamos a pecar en la competencia de quién gana más almas, qué absurdo ahora que lo pienso, como si fuera nuestra obra o nuestro poder de salvar a alguien.
Pero llegamos a correr una carrera para que al final del día podamos decir un número alto de personas a quienes evangelizamos. Hoy entiendo que no es cuánto haces, sino la actitud lo que define el valor de tu servicio.
Baruc hizo lo que hizo con todo fervor, la verdad es que no tengo idea de cuantos metros construyó, cuantas piedras puso ni qué tipo de materiales usó, sólo sé que lo hizo con el mejor ánimo y mayor esfuerzo.
En definitiva es lo que determina tu trabajo, si lo haces de mala gana o a regañadientes, tendrás tu aplauso, pero en el cielo se ve tu obra verdadera, la de tu corazón.
Reflexiona cómo es tu servicio, tu deseo y para qué lo haces, de todo corazón si no tienes el fervor o actitud adecuada mejor deja todo ahí y dedícate a otra cosa. Tómate un café con Dios.
¿Haces sólo por cumplir o por amor verdadero?
¿Pones lo mejor de ti?
Encuentra la pasión para hacer las cosas, si no, no te involucres y deja que otros lo hagan bien.