Es interesante observar la evolución de las formas en que se saludan las personas a través de las décadas. De alguna manera creo que en este proceso se evidencia también la evolución del carácter y de las prioridades que llenan los corazones de las personas. Antes, el saludo era mucho más formal, a distancia y respetuoso. Hoy hay más contacto. Conocemos el típico beso italiano en ambas mejillas, el soviético en la boca, el formal saludo inglés a distancia y con la mano de lejos. Las mujeres también se saludan diferente a los hombres. Un pequeño “besito” en la mejilla o una mano levemente alzada y muchas palabras afectivas, como es innato en ellas. Los hombres, en cambio, un fuerte apretón de manos que te hace cimbrar todo el cuerpo, un golpe de puños y “dame los cinco” entre los jóvenes, o el salto y posterior golpe de pechos entre jugadores en la cancha al festejar su gol. Obvio. Ellas pretenden expresar su cariño a través de gestos y palabras amorosas, los hombre intentamos marcar nuestro territorio imponiendo respeto, de ahí la fuerza empleada en nuestros saludos. Pero de una o de otra manera el saludo siempre ha formado parte de la cultura humana en cualquier lugar del mundo. En la selva amazónica, entre la etnia quichua, las frases que se usan para saludarse es: “¿Estás vivo?”, a lo que su interlocutor responde: “Estoy vivo”. Al margen de todo este tema cultural, un factor sobresale y es el hecho de que Dios quiere que nos comuniquemos y que interactuemos. Aquellos que viven negando el saludo o lo hacen a la fuerza se pierden una de la experiencias más caras de la vida, conocer y ser conocidos.
También Dios ideó un saludo para relacionarse con nosotros, sus criaturas, y lo hizo a través de su Hijo Cristo. Podría habernos saludado a distancia pero quiso acercarse lo más posible y espera que hagamos también lo mismo con nuestros semejantes. Si te cuesta quizás sea porque estás enemistado aún con tu Creador.
Pensamiento del día:
Es inconcebible la amistad con las criaturas estando enemistado con el Creador.