Jonás había sido comisionado por Dios para anunciar arrepentimiento a la malvada Nínive. Esta ciudad pecadora en extremo estaba subyugando al pueblo hebreo del cual procedía el profeta. Pero el compasivo corazón de Dios no guarda rencor y espera que sus hijos tampoco lo hagan. El tema es que este quejoso Jonás se sube a un barco que navega en sentido opuesto a Nínive y así se embarca contrario a la voluntad de Dios. Ingenuamente pensaba que haciendo esto le ataba las manos a Dios que se quedaba sin profeta para cumplir sus “compasiva” misión. Jonás estaba totalmente equivocado. Dios le mostraría a este  hombre que seguirá a adelante con sus proyectos de bendecir a quien Él quiera con su siervo o sin Él. El que salía perdiendo en esta embestida de desobediencia era el profeta, no la profecía, que de todas maneras sería dada. No nos creamos indispensables para Dios. Él es indispensable para nosotros. Lo mismo sucedió con Elías. Otro profeta enojado, escondido no en un barco sino en una cueva, pero con la misma actitud. “¿Qué haces aquí, Elías?” Fue la pregunta de Dios a este profeta, “El respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos… y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida. Y le dijo Jehová: Ve, vuélvete por tu camino, por el desierto de Damasco… yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron.” ¿Lo puedes ver?… Erramos al creer que Él nos necesita para Su obra.

En un sentido más estricto nosotros somos Su obra y somos nosotros los que necesitamos ser moldeados a Su imagen para experimentar un desarrollo completo del carácter. Aquellos que hemos invertido nuestras vidas sirviendo al Señor, luego de varios años de ministerio llegamos a concluir que, en realidad, no salimos a la obra, más bien es la obra de Dios la que entró en nosotros y nos va moldeando.

Pensamiento del día:

La obra no está afuera sino adentro, en nuestro corazón.