“Tengan cuidado de no dejarse esclavizar por ninguno que les venga con argumentos humanos, fundados en filosofías de este mundo, y que no tienen el respaldo de Cristo.” Colosenses 2:8
No permitan que nadie los esclavice, les dijo el apóstol Pablo a los cristianos de una iglesia de aquel entonces situada en la ciudad de Colosas.

¿Cómo puedo permitir que alguien me esclavice?… De muchas maneras. Pero, en primer lugar, debes saber que Dios te diseñó para que vivas libre. No en libertinaje pero sí en libertad verdadera que es, al fin y al cabo, una de las principales metas anheladas por todo ser humano. El archienemigo de Dios hará todo lo que tú le permitas hacer para llevarte a una posición de sometimiento.

Es así como algunos se dejan esclavizar por el abuso de sustancias, conductas, hábitos o prácticas que, sin ser inherentemente malas, se tornan nocivas desde el momento en que comienzan a dominar. Yo no me dejaré dominar de ninguna, exclamó tácitamente Pablo.

Otros, en cambio, se ven esclavizados a su propio pasado. Recuerdos traumáticos o escenas de su crianza de las cuales no logran escapar cada vez que asoman en sus mentes cual fantasmas. Pero hay también ‒y creo que a ese caso se refería la advertencia dada a los colosenses‒ quienes se dejan esclavizar por personas. Y no estoy hablando de secuestradores, raptos o delitos de privación de la libertad.

Pero hay cierta clase de influencia subyugadora, ejercida por personas cercanas que pueden llegar a privarnos del uso de nuestro derecho de decidir y de razonar para vivir una vida de servidumbre a su lado. Así, conyugues son sometidos a un maltrato sicológico crónico. Empleados que “soportan” a sus empleadores hasta que, en un arranque de ira, explotan y reclaman sus derechos dejando atrás años de opresión laboral.

Amistades insanas que asfixian y controlan, privando al otro de su libertad y atrofiando el desarrollo afectivo con sus celos enfermizos. Casos, casos y más casos de relaciones interpersonales esclavizantes.
¡Suéltate esas amarras! ¡Defiende tus derechos! Que nunca te hagan creer que eres lo que no eres. Reclama, confronta con amor. No te vengues, no pagues con la misma moneda, no murmures, no permitas que la ofensa te controle, que no se ponga el sol sobre tu enojo.

Refúgiate en Dios, sabe que Él te cuida ¡y vive libre!, en la libertad con que solamente Cristo puede hacerte libre.

Pensamiento del día:

Los hombres pueden ponerte rejas, pero solo tú puedes sentirte esclavo.