Muchas personas viven sus vidas intentando superarse más allá de sus fuerzas, aspirando impactar a los demás, sobrepasando las demandas y las exigencias que los demás propongan. De esta manera se autodisciplinan y se exigen a sí mismos. Se entregan en una competencia con sus propias pretensiones más allá de sus fuerzas. Están, por ejemplo, quienes quieren ser las mejores madres o los mejores padres, quienes quieren tener la casa más limpia, quienes pretenden que sus hijos sean los más exitosos y que obtengan el mejor puntaje. Hasta en el plano ministerial se da el mismo caso, al punto de servir a mis propias pretensiones dentro de la obra de Dios que servir en verdad al Dios de la obra. Tal vez a ti esto te suene loable, positivo, digno de imitar, pero en verdad lleva enmascarado un grave peligro.

La Biblia es clara al decir que ninguno tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura. También invita a hacer todo lo que esté al alcance de tu mano, pero según tus fuerzas. La comparación, la competitividad que caracteriza a este siglo, el orgullo, la vanidad y el egoísmo de querer mostrarse, muchas veces es la verdadera motivación de cada uno de estos emprendimientos. Dios no te pide que seas el mejor, tampoco que el conformismo y la mediocridad sea tu estilo de vida. Dios pide tu corazón, pide que seas consciente de la medida de fe que Dios repartió a cada uno, y que vivas de acuerdo a eso aceptando el diseño de Dios para tu vida. Quizás hay cosas que no podrás hacer, pero sí hay muchas que otros no puedan hacer y tú sí. Vive feliz con las capacidades y los recursos que Dios te dio y disfruta de la vida.

Pensamiento del día: ¿Sirvo, en verdad, al Dios de la obra, o sirvo a mis propias pretensiones dentro de la obra de Dios?