Si hay una verdad que marca la diferencia fundamental entre ser una creación de Dios y pasar a ser un hijo de Dios, es poseer la conciencia y la convicción de que ese Dios creador, ‒que ahora pasó a ser mi Dios personal, Redentor y Salvador por la obra de Cristo en la cruz‒, vive en mí. Muchas personas aseguran caminar al lado de Dios o que Dios camina a su lado, y dicen creer en Él. Pero no pueden confesar con sus labios que Él vive dentro de ellos, que su Espíritu mora en ellos y que por la influencia de ese Espíritu se esté reflejando el carácter de Cristo en sus vidas. Cuando la experiencia renovadora de poner mi fe en la cruz de Cristo es una realidad en la vida, debo levantarme cada mañana consciente de que soy morada del Espíritu del eterno Dios. Mis oraciones, mi vida devocional, mi servicio, mi carácter, mi tiempo con la Palabra de Dios, todo eso y mucho más debe ser regulado por esa verdad eterna de que Él y yo somos una sola cosa, como un pámpano y la vid.

Jesús nos repitió hasta el cansancio que nunca nos abandonaría. Se fue, sí, pero nos amó tanto que decidió quedarse a vivir en nosotros y fundir su personalidad en la nuestra. Una de las verdades más contundentes de la Palabra de Dios es que Él vive en mí. Sin embargo, nos hemos vuelto tan irreflexivos en nuestra vida de oración que nuestra comunión con el Espíritu es débil y repetitiva. La falta de conciencia que hay respecto a que Dios vive en mí, de que el Espíritu mora y me acompaña, es una realidad lamentable en la mayoría de la experiencia devocional de la vida cristiana. Nuestras oraciones, más que cualquier otra cosa, reflejan nuestro conocimiento de la Biblia y nuestra madurez espiritual. Entonces debo preguntarme ¿oro conforme a la voluntad de Dios, a su Palabra y al Espíritu que mora en mí?… ¿Pienso lo que estoy diciendo cuando le pido que esté conmigo, que me acompañe en este o aquel proyecto, que esté a mi lado siempre?…

Pensamiento del día: Su Espíritu me habita y le habla a mi conciencia, es el nexo comunicante entre mi ser mortal con el Dios Todopoderoso.