Este niño nació en beneficio de nosotros. No hubo ningún interés más allá que el ser humano, desde el principio hasta el fin del mundo.

Proféticamente anunciado y “nombrado” de manera única e irrepetible. Sus nombres no han sido portados por ningún otro líder, ni por ningún otro dios. Su nombre declara su esencia y su carácter.

Esa fue la manera de Dios de revelarse a sí mismo. Se llama: Admirable, porque Él es Dios y hombre. Él es el consejero, porque sabía los consejos de Dios desde la eternidad, porque su conocimiento no tiene fin y porque Sus consejos son Luz y Lámpara que guía el camino de toda la humanidad, alumbrando los sitios más oscuros. Él es Dios, el Fuerte.

Su poder fue demostrado no sólo en su nacimiento sino en su muerte y resurrección para que no queden dudas de que Él es Dios, uno con el Padre. Es Príncipe de la Paz. Estableció esa paz entre Dios y el hombre por medio de la cruz y del perdón de pecados. Y sobre todas las cosas es un Padre eterno que insiste en relacionarse con el ser humano.

Vivimos días agitados, difíciles y cargados de incertidumbre. En un modelo de complejidad y cambio donde lo que hoy tenemos como seguro mañana ya no lo es. Confusión política, religiosa y social. Amenazas de guerras, atentados y pobreza en crecimiento.

Todo un escenario donde lo admirable, los buenos consejos y la idea de un Padre eterno y fuerte no son tan fáciles de apreciar. Pero Dios trae a la Tierra lo que es del Cielo para que comprendamos Su Plan.

Ese niño nacido en Belén hace más de dos mil años fue la máxima expresión de la imagen de Dios y su manera de traducirse a sí mismo hacia nosotros. Pero será también el mismo Hijo de Dios que vendrá con poder por segunda vez a buscar a su pueblo redimido por su sangre.

El volverá y hasta ese día no se cansará de buscarte. Desde el pesebre hasta tu presente.

Pensamiento del día:

Jesús vino por Ti, resucitó por ti y volverá por ti una vez más.