En el año 1972, sucede una tragedia inédita. 16 hombres jóvenes sobreviven a un accidente de avión ocurrido en los Andes a más de 4000 metros de altura.

Pasaron 72 días en la montaña, heridos, sin comida suficiente y a más de 30 grados bajo cero. Vieron morir a sus compañeros, de los cuales muchos eran sus propios familiares. Al principio del accidente la búsqueda y los operativos de rescate, habían sido incansables.

Luego del día 10, la gendarmería decide suspender toda acción suponiéndolos sin vida. Sin embargo, el espíritu de unidad y de compañerismo que estos jóvenes habían logrado en la sociedad de la nieve (así se denominaron ellos) los empujó a buscar la salida escalando la montaña en condiciones extremadamente riesgosas.

Al final, encuentran un valle y a un arriero quien sale en busca de ayuda y así se salvan milagrosamente. Esta historia de vida, junto con aquellas de los sobrevivientes del holocausto, son y seguirán siendo la fuente de motivación más importante en mi vida personal.

He leído detalladamente sus biografías y sus libros una y otra vez. ¿Cómo puede un ser humano vivir desde estas muertes sin guardar rencor ni ira ante la vida misma?

Y esta frase de uno de los sobrevivientes me dio la respuesta: “Tenemos la chance de vivir la vida de los que no tuvieron la oportunidad de hacerlo, todos los que están enterrados acá junto a esta cruz de hierro.

Y para hacerles justicia debo llevar una vida digna, para que cuando muera, después de los muchos errores cometidos, les pueda decir: sé que no fue suficiente, pero hice lo mejor que pude” (Roberto Canessa)

¿No es esto honrar la vida? Una vida que honra a otros tiene sentido de dignidad y trascendencia. Un día, hace más de 2000 años, también un hombre dio su vida para que otros pudiesen vivir.

Fue Jesús, el Hijo de Dios. Él se entregó a sí mismo en una cruz como la mayor demostración de amor y de justicia. Su muerte nos trajo vida y estamos llamados a honrar esa muerte viviendo de la mejor manera.

No la desperdicies.

PENSAMIENTO DEL DÍA:

“En lugar de permitir que la desgracia me sepultara, la pude transformar en una dádiva. (Carlos Páez Vilaró, sobreviviente de los Andes).