La historia es condescendiente al momento de retractar las biografías de sus grandes hombres y mujeres, ocultando el lado oscuro de sus personajes en pro de posicionarlos en la galería de los influyentes.

Así tenemos, por ejemplo, el caso de Sir Winston Churchill, apreciado por sus habilidades como orador y estadista, hombre influyente, político británico especialmente recordado por su mandato como primer ministro (1940-45) durante la Segunda Guerra Mundial.

Su lado oscuro nunca mencionado es que era extremadamente racista. Mahatma Gandhi, promotor de la paz y los derechos humanos, se acostaba desnudo con su sobrina de 17 años todas las noches. George Washington a los 43 años fue designado asesor militar de Nueva York, para preparar la defensa ante un ataque británico, llegando a ser más tarde honorable presidente de EE. UU.

Pero una auditoría posterior de sus gastos dejó ver que gastaba más de 6000 dólares por año en licores y que manipuló la contabilidad del gobierno para recibir sueldos que sumaron, en ocho años, 4.250.000 dólares. Thomas Jefferson, gobernador de Virginia entre 1779 y 1781 y posteriormente Presidente, dijo que «la fusión de los blancos con negros produce una degradación a la que ningún amante de su país puede consentir.» Mientras que predicaba esto, tenía varios niños con su esclava Sally. Y la lista continúa.

No sucede lo mismo con las biografías expuestas en las páginas bíblicas. Sus exponentes más destacados e influyentes como el Rey de Israel: David; el padre de la fe: Abraham; Noé: cabeza de nueva generación; profetas como Jeremías, Jonás, Habacuc y otros tantos, son mencionados junto con su lado oscuro, su lado humano. Y la constante se repite también en el Nuevo Testamento, con un Pedro cobarde, un Bautista dubitativo o un Juan Marcos desertor.

Es que la intención de las Sagradas Escrituras no es venderte una línea de pensamiento, mucho menos posicionar a sus representantes o convencerte de que compres una versión acomodada de los hechos. Más bien es guiarte a la verdad. Esa verdad que con el mismo énfasis declara en los mismos evangelios que Jesús fue Dios, que Él nunca pecó, que nos ama más que nadie y que se fue para preparar lugar para nosotros, y un día volverá a buscarnos. Nunca lo dudes.

Pensamiento del día:

Jesús no vino a vendernos su evangelio. De haber sido así, la cruz nunca hubiese sido su marca registrada.