Cuando llega un personaje famoso a cierta ciudad, todos los dispositivos de seguridad son reforzados.

Sin embargo, con tal de ver a dicho personaje, las multitudes usarán cualquier método para alcanzar cercanía o por lo menos llegar a verlo en vivo.

Algo similar le ocurrió al hombre de este relato. Zaqueo, un cobrador de impuestos del imperio romano. Un vecino poco estimado y despreciado por la comunidad judía. No le era permitido participar en las actividades de la sinagoga, ni seria jamás invitado a tomar un café, ni a cenar con ninguno de ellos. Pero su curiosidad por ver a Jesús pudo más que sus prejuicios.

Se acercó lo más que pudo y, como su baja estatura no lo favorecía, entonces simplemente logró treparse a un árbol. ¿Cuál sería su expectativa? ¿Conseguir que el Maestro le firmara un autógrafo? ¿Ver cómo era ese tal Jesús tan famoso por sus milagros y su sabiduría? ¿Curiosidad? Creo que un poco de todo esto, pero sobre todas las cosas, Zaqueo necesitaba ver a Jesús.

Nunca imaginó que también Jesús necesitaba verlo y entrar en su casa. Alguien con tan mala fama se convertiría en el anfitrión de Aquel por quienes las multitudes se agolpaban. La mejor visión de su vida la alcanzó arriba de un árbol, pero la lección que le cambió la vida, la encontró al bajar de él.

Nuestra manera de ver a Jesús puede estar obstaculizada por nuestras propias limitaciones, pero la de Jesús es perfecta. Él te ve desde donde estás y siempre te invita a recibirle.

Tiene banquetes preparados para ti, seas quien seas. No hay famosos ni ignorados. Dios nos encuentra en nuestra necesidad y anonimato porque somos sus hijos y nos llama por nuestro nombre. No te subas a los árboles, acércate a sus pies.

PENSAMIENTO DEL DÍA:

Mi visión de Jesús puede estar limitada, pero la Suya hacia mí es siempre perfecta