Existe una guerra, una batalla. Es oculta, silenciosa, pero cruel, despiadada, una carrera contra el reloj.

Son miles de víctimas las que quedan tendidas en el camino, son miles los millones de dólares que se invierten en esos campos de batalla.

No se exponen sus crueles estadísticas en los noticieros ni se venden sus imágenes. Pero no deja de ser brutal, cruel, lamentable. No se libra en zonas de fronteras, no se escuchan disparos ni corre sangre por los campos. Es la guerra de la ciencia médica contra las bacterias.

El campo de batalla es el laboratorio, las armas son los cada vez más débiles e infructuosos descubrimientos de la medicina por detener el avance, el enemigo son las nuevas cepas y las nuevas mutaciones de bacterias que en otro tiempo fueron inofensivas o controlables, pero que hoy han mutado, se han hecho más fuertes, resistentes a los tratamientos antibióticos convencionales.

¿Las víctimas? Miles y millones de enfermos que ven como su cuerpo es infectado cada vez más ante la mirada impertérrita de los catedráticos que sienten perder la batalla contra estos nuevos virus y bacterias. Esa es la peor de las guerras de hoy en día, y nadie habla de ella.

El pecado se asemeja a esta realidad. Su esencia no ha cambiado, siempre ha tenido como origen el corazón mismo del archi enemigo de Dios: Satanás, la serpiente antigua, el diablo. Pero su forma de existir ha mutado y lo sigue haciendo con el afán de camuflarse, disfrazarse, de pasar inadvertido ante la conciencia de sus huéspedes que son infectados desde adentro, desde sus almas, y no se dan cuenta.

Dicen no tener pecado, que todos lo hacen, que así soy yo, pero el que dice que no tiene pecado se engaña a sí mismo y le hace a Dios mentiroso. Él dijo en su Palabra: “Todos pecaron”. Punto y aparte. Todo ser humano está infectado con el virus y la bacteria del pecado.

Llámenlo como quieran, pero en el laboratorio de Dios se sigue llamando igual que siempre. Él no está perdiendo la batalla. Por más que el pecado cambie de nombre el antídoto sigue siendo eficaz:

La cruz de Cristo y su sangre derramada. No busques otra alternativa: Es la sangre de su Hijo la que te limpia de todo pecado.

Pensamiento del día:

Llamar a tu pecado de otra manera solo te acerca más a tu muerte eterna.