El panorama de los refugiados en distintas partes del mundo es devastador.

Miles de hombres, mujeres y niños movilizándose con lo que llevan puesto, kilómetros y kilómetros, por tierra y por mar, arriesgando sus vidas en busca de un lugar seguro para vivir en familia. Ya han perdido todo en sus países de origen y lo único que pretenden salvar es lo que les queda: Su existencia.

Pero resulta más desolador aun, saber que en muchas fronteras las puertas se les cierran por ser refugiados. Es desesperante, desgarrador y hasta inhumano. Los conflictos socio políticos y religiosos en los que han entrado ciertos grupos fundamentalistas, presentan un panorama mundial en el que muchos quedan afuera y excluidos de cualquier derecho a la vida. ¿Triste verdad?

Cuando confrontamos esta realidad con lo que dice la Biblia, entendemos el carácter inclusivo y recibidor de Dios. Él nos hizo hijos por Su Gracia.

Así que no importa qué tipo de personas somos. No importa nuestra nacionalidad, ni nuestra clase social. Si fuimos madres, padres o si no pudimos serlo. Si nacimos en oriente o en occidente o si en condición de libertad o de esclavitud. Si estamos unidos en Cristo, todos SOMOS IGUALES.

Este espíritu de igualdad nos nivela. Crea solidaridad y dependencia unos de los otros. Él nos puso en familia. Nos dio una identidad y una pertenencia. Incluyó nuestra historia en Su historia y nos hizo destinatarios de todo lo que es Suyo.

El verdadero cristianismo es el que respeta la diversidad, la inclusión y promueve el sentido de comunidad en el cual somos iguales solamente en Cristo. No hay diferencias que nos excluyan, ni condiciones que dejen a nadie afuera. Las fronteras del cielo no se cierran.

Se abren para todos y todas. Su Gracia es nuestro pasaporte y su Perdón nuestra identidad.

Pensamiento del día:

Hemos aprendido a nadar como los peces, a volar como los pájaros, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos. Martin Luther King