El hijo y la hija de Dios persisten con una esperanza viva, al mismo tiempo que transitan por este mundo. Es la esperanza de que su Amado Señor venga muy pronto a buscarles.

Tenemos preciosas y grandísimas promesas de aquel futuro de gloria. Pero me temo que el estilo de vida mundanal de los mismos cristianos refleja que la esperanza se está apagando, se está diluyendo. Las ansias de su pronta venida ya no son como la de los primeros cristianos. De hecho, es probable que tú, que lees estas reflexiones, ni siquiera te hayas percatado del hecho de que esa venida podría haber sido hoy mismo, ¿o sí?… ¿Para qué esperamos ir al cielo, si aquí en la tierra ni nos interesa estar con Él?

Pero déjame decirte que del otro lado del cielo la cosa es muy diferente. Las expectativas de ese reencuentro futuro siguen intactas en el corazón del Señor. Él aguarda aquel día como un novio que viaja rumbo a su boda y no puede esperar para verla entrar y llegar al altar, bella y reluciente.

El hecho que Él se tome el tiempo, la delicadeza, el detalle de descender hasta las nubes para recibirnos, demuestra que no puede esperar para abrazarnos, para ya nunca más soltarnos.

Podría permanecer sentado en Su Trono de gloria, en espera de aquel momento, del cual solo el Padre sabe el día y la hora, y al sonar las campanas del cielo, pues simplemente, como todo un Señor que Él es, se disponga a recibir a su amada iglesia.

Pero no. Se levantará de ese trono, correrá por la calle principal del cielo ante la atónita mirada de sus ángeles, saltará hasta las nubes en un vuelo nupcial y llegará primero que nosotros, como para no desaprovechar ni un segundo de aquel momento. ¿Acaso no es eso amor, entusiasmo, pasión, deseo?…

La pregunta del millón es: ¿Espero yo aquel día con las mismas ansias, amor, entusiasmo, pasión y deseo?

Pensamiento del día:

¿Para qué esperamos ir al cielo, si aquí en la tierra ni nos interesa estar con Él?