En el relato del evangelio según San Juan, referente a la crucifixión de Jesús, hay un momento muy tierno donde el agonizante Mesías encarga a su único discípulo allí presente, el cuidado de su madre María.

Este título de “María Madre de Dios”, por ser madre de Jesús, el Dios hecho hombre, ha traído mucha confusión a la fe cristiana. En su omnisciencia Jesús, previendo esta herejía futura, no le llama madre sino mujer. En cambio, cuando se dirige a Juan le llama madre. Es que para Él era una mujer, una santa mujer, una increíble mujer, pero nunca su madre en el sentido más estricto de la palabra.

En cambio, consideró que el alma de María estaba “traspasada por una espada”, como se le habría anunciado 33 años atrás, (Lucas 2:35) y le proveyó el cuidado cariñoso y personal de alguien que se ocuparía de ella como un hijo a su misma madre. Así es Él, firme con la misión que se la había encomendado de redimir a esta raza humana caída, sin lazos que le hagan perder el rumbo, pero, al mismo tiempo, compasivo con sus seguidores.

Nunca Jesús exigió fidelidad al costo de mis propias emociones o al costo de dejar a un lado nuestros corazones. Es sensible a las necesidades de sus discípulos.

Recuerda que somos polvo, que fuimos creados con sentimientos. No es un déspota dictador que solo piensa en alcanzar los logros de su causa atropellando las vidas de los que deciden seguirlo.

No. Él nos dice: “¡Ay de ustedes, líderes, que tan sólo se cuidan a sí mismos! ¿Acaso los líderes no deberían más bien cuidar al rebaño? Ustedes se beben la leche, se visten con la lana, y matan las ovejas más gordas, pero no cuidan del rebaño. No fortalecen a la oveja débil, no cuidan de la enferma, ni curan a la herida; no van por la descarriada ni buscan a la perdida.

Al contrario, tratan al rebaño con crueldad y violencia… Por tanto, pastores, escuchen la palabra del SEÑOR: Yo mismo me encargaré de buscar y de cuidar a mi rebaño”.

Pensamiento del día:

Jesús fue el único Pastor que dando su vida salvó al rebaño.