Leer el libro escrito por Salomón: “Cantar de los cantares”, es para mí como pisar el lugar santísimo.

Me es imposible internarme en sus páginas sin ser otra vez sorprendido por Dios. Algún día escribiré mi comentario sobre él. (Te la debo).

Trataré de resumir tanta belleza. Es un romance, al estilo de la mejor película romántica que Hollywood pudiese haber concebido jamás. ¿El novio? El mismo rey Salomón, disfrazado de campesino que inspeccionaba sus viñas. ¿La novia? Una anónima pero bella muchacha que justamente trabajaba como empleada en una de las viñas reales. Él la amó al verla. Y cuando para los demás no era más que una “Cenicienta”, para el Rey era hermosa. ¡Y la hizo reina!

Dos separaciones o distanciamientos se describen como resultado del descuido de esta muchacha. Estaba tan emocionada con los dones y regalos de su Señor que desestimó al Señor de los dones y de los regalos, y postergó repetidas veces el llamado que este le hacía a la comunión y a un paseo típico de dos enamorados. En otras palabras, ella estaba más enamorada del palacio del rey que del rey del palacio.
Tuvo que sufrir, ser humillada, despojada de su manto, andar como errante y enfermarse de amor para aprender la lección. Pero la cortina del lugar santísimo se corre cuando observamos el método usado por el Rey para atraer, enseñar y restaurar a su amada: Su amor. ¡Amor con mayúsculas!!! Para él, ella se veía tan hermosa antes del fracaso que después de él. Es por eso que la descripción que Salomón hace de ella en el capítulo 4:2-3 es literalmente idéntica a la que leemos en el 6:6-7, aunque en el capítulo cinco ella lo abandona. ¿Lo puedes ver?…

Es que Dios te ama no por lo que tú eres sino por lo que Él es. ¡Cuándo lo entenderás! Como fue con Pedro en la playa del mar de Galilea, restaurándolo con su amor aun luego de negarlo tres veces, así seguirá siendo con todo aquel que arrepentido salga por la noches a buscar “al que ama mi alma”.

Pensamiento del día:

Su amor por mí no cambia jamás. ¿Y el mío por Él?…