Uno de los quiebres más primitivos en la conciencia del ser humano se originó en el Edén, allí cuando se permitió dudar de lo que Dios ya había dicho.

La pregunta fue “¿con que Dios dijo?”… Desde allí, desafiar la certeza de Su Palabra y de Su voluntad afectó la obediencia de toda la raza humana. Esto está a la vista cuando debatimos en nuestro corazón diciendo: Sé que para Dios esto Es así; pero de todos modos lo haré como me gusta o como lo siento.

Somos especialistas en justificar este razonamiento. Acomodamos todo lo que sea necesario para satisfacer nuestro YO y hacer las cosas a nuestro modo. La consecuencia termina siendo una distancia de aquello que Dios ya había previsto. Tomamos rutas alternativas en la vida en las cuales no es Dios quien pone las señales, sino que yo pongo las mías.

La desobediencia invierte el orden de prioridades. Primero estamos nosotros mismos y luego Dios y su Palabra. Es ahí entonces, cuando ciertas concesiones comenzamos a hacer.

Se filtra la pregunta: ¿Qué hay de malo en hacer esto o aquello? y en vez de pedir guía espiritual, sigues tus impulsos, tu propia convicción y dejas totalmente de lado lo que Dios ya dijo. La rebeldía, la soberbia y la falta de conocimiento pueden ser los factores que hacen que corras de lugar lo que NUNCA DEBERÍA HABERSE CORRIDO.

¿Con qué cosa estas debatiendo hoy? Comenzaste este día con alternativas, con elecciones por hacer, con decisiones por tomar. Quizá ya comenzaste a hacer concesiones pequeñas pero peligrosas. Insignificantes para ti, pero con significados complicados para tu futuro. El Evangelio de Jesús te enfrenta con la realidad de seguir la Verdad de Su Palabra o seguir la verdad de tu sentido común.

Pensamiento :

Por eso seguir a Jesús implica determinar poner a Dios en el trono de nuestras vidas y correr nuestra egolatría del centro.
Dios ya dijo. ¿Tú qué dices?