En los juegos olímpicos de “Río 2016”, el atleta Iraní Abhullabh, quien ostentaba el récord en levantamiento de pesas, rompió su propia marca al alzar, en dos movimientos, 243 Kg. Así, se posicionaba como firme candidato para llevarse por segunda vez consecutiva la presea dorada.

Cuando los aplausos acabaron, un frío silencio llenó aquella sala. Los jueces no emitían la aprobación y estaban revisando el video. Una leve inclinación en las pesas dio como inválida la prueba y tuvo que repetirla. Con sus músculos todavía exhaustos por haberlos exigido al máximo, subió nuevamente a la plataforma con un rostro de frustración.

Esta vez no logró completar la prueba. El siguiente competidor sí lo hizo, arrebatándole la medalla de oro. La vida muchas veces nos trae frustración aún en medio de los aplausos. Cuando creemos tener el mundo en las manos, de repente, en una sola hora, nos quedamos sin nada. Esta fue también la experiencia de los discípulos de Jesús luego de su muerte. ¨Nosotros esperábamos que El fuera el libertador de Israel. Pero hace tres días que murió¨, Lucas 24:21.

Es difícil no entrar en el laberinto de la desesperanza cuando lo que esperabas con tanta seguridad que iba a pasar, al final no sucedió. Deberías haberte casado y aún sigues soltera/o. Deberías haber tenido un buen marido y lamentablemente ese hombre con quien estás no cumple con el perfil. Deberías haber tenido éxito en la crianza de tus hijos, sin embargo, alguno de ellos no eligió un buen camino.

Esperabas salud, vino enfermedad. Esperabas tranquilidad y las crisis no paran. Esperabas que tu amigo te sea leal por siempre y hoy ni siquiera sabes de su vida. Al igual que los discípulos, esperabas…pero murió. Lo que vives internamente como resultado de esto es desesperanza.

Tus certezas entran en conflicto. Lo que dabas como seguro, ya no lo crees más. Tu futuro se tiñe de dudas. La incertidumbre te altera el rumbo. No ves más allá de esta desilusión y quizá, también sientes miedo. Esa ¨muerte¨ te invade dejándote una visión desesperanzada de la vida. Solo un encuentro con el Jesús resucitado puede hacer que tu corazón vuelva a arder de emoción.

Pensamiento del día:

Lamentar lo que debería haber sucedido y no sucedió no te lleva a ninguna parte.