Se nos va la vida buscando “nuestro Dios ideal” y perdemos de vista al DIOS REAL (que es lo ideal para nosotros). ¿Captas la idea de lo que intento decirte?… La forma más común, sutil y nociva de idolatría es hacer un dios a mi imagen, según nuestro parecer. Confesamos fidelidad a Dios, y de hecho en algún momento de nuestras vidas decidimos seguirle.

Pero a medida que avanzamos en el andar cristiano nos damos cuenta que seguir a Dios implica cambio de planes. Espera paciente. Renuncia de mis prioridades. Apartarme de esos “gustitos” que me seducen, de los cuales disfruto un ratito, “gustitos” que la Biblia llama PECADO.

Vivir para servir a los demás considerando a los otros como superiores a uno mismo… Es entonces cuando comenzamos a construir un formato, una imagen, un dios a medida, que es pura idolatría. Lo mismo sucedió con nuestros primeros padres, Adán y Eva, en aquel paraíso perdido, el Edén.

De alguna manera ellos nunca negaron a Dios, no decidieron tácitamente darle las espaldas. Tenían respeto por Él, hasta lo defendieron en primera instancia cuando la serpiente les dijo que era un Dios déspota que no dejaba a sus criaturas comer “de ningún árbol del huerto”. Pero cedieron ante la propuesta de reubicar Dios a cierta distancia.

Como para qué no se meta demasiado en sus asuntos, que les permitiera a ellos ser quienes decidieran sobre el bien y el mal, sobre lo bueno y lo malo, sobre lo que me conviene y lo que no. Yo decido. Yo puedo. Yo solito. ¡YOISMO! La peor forma de idolatría.

Es un asunto de fe. Fe en que Dios sabe qué es lo mejor para mí. Fe en que Dios siente mis penas y comprende mis luchas, pues Él se hizo hombre. Fe en que Él suplirá a su tiempo y a su manera. En síntesis, fe en que el ideal para mí es el Dios real. Él es Dios y no hay nadie más fuera de Él.

Pensamiento del día:

Se nos va la vida buscando “nuestro Dios ideal” y perdemos de vista al DIOS REAL (que es lo ideal para nosotros).