El miedo no es sólo cosa de miedosos. Todos lo padecemos, porque temer es parte de nuestra naturaleza. Si bien no todos le tememos a lo mismo, en algún punto de nuestra vida sentimos miedo o el temor nos domina. Algunos son racionales.

Es lógico temer ante alguna enfermedad o ante las catástrofes o aún ante lo desconocido. Pero ocurre muy a menudo que, las personas están sufriendo por miedos irracionales. Miedos tan intensos que hasta llegan a enfermarse de pánico. Se aíslan y limitan poco a poco su vida y su experiencia.

Sienten que al no poder vencerlos, es mejor acomodarse a los mismos. Buscan a veces apoyos “mágicos” para sostenerse ante ellos, amuletos, piedras, objetos o rezos que sólo son acompañantes en medio de tales sufrimientos. Y digo sufrimientos porque temores así, se “sufren”. No son intencionales. Amigo, si padeces algo así, seguramente te sentirás presa de ti mismo. ¿No es cierto? Quizá también te enfrentes a la incomprensión de aquellos que te rodean.

Te sientes avergonzado por temer y hasta paralizado ante este estado. Te sugieren que pongas fuerza de voluntad pero tú no puedes y añades más culpa por no lograrlo. Te dicen que son cosas de tu mente, pero tú no lo puedes manejar. Perdiste amigos, lugares comunes y hasta quizá la autoridad ante tus hijos y tu familia. Ocultas lo que te pasa por vergüenza, pero no sabes qué hacer. No entiendes tampoco por qué te pasa. Disimulas, finges.

Niegas mostrarte tal cual eres para que no te juzguen ni te critiquen.
Esto no es la vida que Jesús quiere para Ti. Él no te creó para que vivas dividido entre tu miedo y tu vergüenza. Él quiere que saques tus temores a la luz y que los consideres a la luz de las victorias de Cristo. Habla con alguien de confianza acerca de tus temores. Revisa cómo los construiste y luego entrégalos a los pies de la Cruz.

Pensamiento del día:

Si sólo intentamos escapar o encubrir nuestros miedos más los reforzamos y potenciamos.