Pretender que la vida se asemeje a un soleado día de campo es la ironía más grande. Vendrán tormentas y huracanes más de una vez. Es triste ver como hoy en día muchos pseudos “predicadores del Reino” ofrecen a sus incautos oyentes prosperidad y buen pasar, abundancia, sanidad y ausencia de todo tipo de sufrimiento, a cambio de una suculenta ofrenda. No es eso lo que la Biblia declara. Todo lo contrario.

El sufrimiento y la adversidad, las pruebas y las tormentas en la vida son parte esencial en la escuela formativa de Dios para tu ser. Pretender desarrollar tu carácter sin estar bajo presión es una utopía. Sería como sacar al mercado un árbol criado en invernadero, que nunca necesitó usar sus propias reservas de agua, siempre tuvo su dosis de riego al día, nunca sintió el viento doblar su leña, nunca experimentó una helada, sequía, plagas, ni granizo.

Ten por cierto que ante la primera adversidad climática esa planta se marchita y muere. Debemos aprender a sacarle provecho a las tormentas. Porque de hecho que lo tienen.

La misma tormenta que dobla al árbol lo obliga a fortalecer su sistema de anclaje radicular. La misma tormenta que arranca sus hojas lo estimula a formar nuevas hojas: La misma tormenta que inunda su tierra lo fertiliza con la resaca traída desde lejos. Dice Nahúm 1:3: “El Señor tiene un camino en cada tormenta.” Tú debes encontrarlo.

El gran predicador Spurgeon dijo en cierta oportunidad: “Lo que he aprendido en mis días de prosperidad y abundancia caben un una moneda, pero lo aprendido en los días de soledad y aflicción son lecciones de valor incalculable.” Las lecciones más caras del discipulado fueron aprendidas por los discípulos del Señor dentro de una barca en medio de una tormenta. Cuando te veas sacudido, en oscuridad absoluta, en un hueco, en un túnel, pregúntale a Dios: ¿qué es lo que me quieres enseñar? ¿Qué es lo que necesito aún aprender? Él te revelará Su camino y tú saldrás firme.

Pensamiento del día:

“En el torbellino y la tempestad está su camino, y las nubes son el polvo de sus pies”. Nahúm 1:3