Si hay algo que destaca en la vida de Jesús es que nunca fue su meta complacer a todos. Con excepción de su Padre, Quien le había comisionado para redimir a la humanidad, los demás nunca fueron motivo para dudar de su convicción ni de su comisión. Es que si vas a dirigir una orquesta debes aprender a darle la espalda al público.

Nos embarcamos en proyectos que tienen como germen la aprobación de alguien cuando ni siquiera podemos estar seguros de cuáles sean sus motivaciones. Tal vez te aplaudan en algún momento, pero ¿y Dios? ¿Qué opina Él? ¿De qué me sirve el aplauso de todo el teatro si no tengo el aplauso de mi maestro?… Muchos dan diferentes recetas para alcanzar el éxito, pero una verdad sobresale: si quieres fracasar dedica tu vida a complacer a todo el mundo.

Un día tu vida y la mía serán evaluadas, y con miras a ese día debemos vivir. Muchos se dejan marear por el aplauso ajeno, la adulación y el éxito. Pero ¿de qué me sirve el aplauso de todos si no cuento con la aprobación de mi hijo, de mi hija, de mi conyugue… de Dios? El apóstol Juan nos revela el escenario del cielo futuro y allí ve tronos, coronas, premios y evaluaciones.

Aquel día, tal vez no muy lejano, cada acto de tu vida pasará por el scanner de los ojos de fuego del Señor. No habrá cómo engañar, disimular o evadir. Solos frente a frente, tú y Él, nadie más. Aquí abajo, en la tierra, en el mundo, tu mundo, tu gente te puede aplaudir, reconocer y recompensar, está bien si quieren hacerlo, tú no lo busques. “Que te alabe el extraño y no tu propia boca” (Proverbios 27:2), pero debes buscar la aprobación de Dios y en ese rumbo encaminar cada uno de tus actos.

Pensamiento del día:

Si quieres fracasar dedica tu vida a complacer a todo el mundo.