Una familia estaba viajando en su carro con las ventanas abiertas disfrutando del aire fresco del verano cuando de repente, una avispa grande y negra entró por la ventana y empezó a zumbar por todo el carro. La niña pequeña, alérgica a las avispas, estaba en el asiento atrás atemorizada. Si la avispa la picaba, podía morir dentro de una hora.

El padre, entonces detiene el vehículo y la atrapa con su puño esperando lo inevitable. Entonces, la avispa lo pica y el padre, con gran dolor, la suelta otra vez. Viendo que la avispa está volando dentro del carro, la hija vuelve a su estado de pánico: “¡Papá, me va a picar!”. Su padre, bien calmado le dice, “No mi hija. No te va a picar. Mira mi mano. El aguijón de la avispa está clavado en mi mano. Ya no te hará ningún daño.”

Cristo tomó el aguijón del pecado de Satanás en sus manos. Hace 2000 años, en la Cruz del Calvario sucedió el hecho más asombroso en la historia de la humanidad. Ese día, Dios hecho hombre en Jesús, despojó al diablo de su poder inherente para esclavizar, atemorizar y destruir al hombre, criatura de Dios: El pecado. Le quitó al diablo su arma de destrucción masiva, su veneno mortal, su poder.
Claro que no fue fácil. Fue una pelea anunciada desde el capítulo 3 de Génesis cuando Dios dijo a la serpiente en el Edén: “La simiente de la mujer te herirá en la cabeza”.

Le costó el entregar su propia vida en sacrificio por nosotros, pecadores. Puso su mano para que el agujón del diablo quede clavado y nosotros resguardados.
Sólo aquellos que confían en esa obra de amor sustitutoria son salvos del veneno del diablo: El pecado.
Nunca olvides que en aquella Cruz no sólo fueron clavadas las manos de Jesús sino también tus pecados y los míos. ¿Lo crees?

PENSAMIENTO DEL DÍA:

EL Aguijón de la muerte quedó clavado para siempre en la madera del calvario.