Aquel condenado a muerte imploraba piedad ante el tribunal. Su arrepentimiento era evidente, pero ya era tarde, no había cómo reparar su daño, y si hubiera cómo, ese hombre estaba totalmente incapacitado de cubrirlo. La Biblia declara que el hombre es inexcusable ante el juez eterno por la pena de su pecado, la muerte. Muchas veces, ese mismo hombre está sinceramente arrepentido por lo que hizo.

La cárcel está repleta de personas que, en un acto de violencia descontrolada, han dado muerte tal vez a la persona que más amaban y terminaron detrás de los barrotes de una celda. El resto de su encierro estarán arrepentidos, pero en el caso de la salvación se necesita mucho más que sólo arrepentirse. De alguna manera el arrepentimiento es como un vehículo que me lleva a la estación de la fe, y si pasas de largo y no te bajas allí, no llegas a ninguna parte. El arrepentimiento te debe llevar ante los pies de Jesús y su Cruz, y allí, arrodillado, pedirle perdón confiando en su obra que es eficaz para pagar tu deuda. Entonces quedarás libre e impune.

En Judas, el traidor, vemos un cuadro de esto. Él cometió un terrible delito y pecado, traicionó y entregó a su Salvador, al Mesías, al Hijo de Dios. Él se arrepintió, dice el evangelista que fue y arrojó ante la cara de los líderes religiosos de Israel las 30 monedas de plata que se le había pagado por su traición. Estuvo verdaderamente arrepentido. Pero ¿qué hizo, en vez de dirigirse a la Cruz a pedir y recibir perdón?… Tomó el taxi del arrepentimiento pero se bajo en la estación equivocada, la de la vergüenza, se colgó de un árbol y se ahorcó.

En cambio Pedro, el apóstol, que también traicionó a su maestro negándole, se bajo en la estación correcta, y en San Juan 21 vemos que confió en un Jesús perdonador, tuvo fe en su obra y se salvó.
¿Estás arrepentido de tu vida?… Bájate en la estación correcta.

PENSAMIENTO DEL DÍA:

El que se arrepiente y no cree es igual al que nunca se arrepintió.