Un rico panadero envió a buscar a 20 niños pobres de su comarca. Cuando llegaron, les mostró una canasta y les dijo, allí dentro hay 20 panes, uno para cada uno, pueden tomarlos. Peleando por el mejor pan, cada uno escogió el suyo y se retiraron sin siquiera decir gracias.

Cuando todos se habían ido, una niña de 5 años tomó el último que quedaba, obviamente el más pequeño, besó la mano del anciano panadero y se fue a su casa. Cuando su madre se dispuso a cortar aquel pequeño pan, encontró en su interior varias monedas de plata. Al instante tomó a su niña y fue a devolvérselas al dueño. Aquel anciano le dijo: “No señora, son para usted. No están ahí por error, las puse para premiar la humildad del que tomara ese pan.”

El germen del egoísmo pulula por doquier en nuestro sistema. Lo encontramos dentro de nosotros, muy adentro en el corazón mismo y lo encontramos también fuera, a nuestro alrededor. Todos quieren tomar el pedazo más grande de pastel. Aquella escena tan habitual en nuestros hogares cuando éramos niños peleando con nuestros hermanos por el trozo más grande se repite en cada escena de la vida en escalas mayores. Es que el egoísmo nace con nosotros y sigue allí dentro siempre.

Sólo la influencia sobrenatural del Espíritu Santo de Dios obrando en nuestro interior nos puede capacitar para mantener ese egoísmo reprimido y manifestar los frutos espirituales del amor, la benignidad y la bondad. Dice el apóstol Pablo escribiendo a los Filipenses: “Porque todos buscan lo suyo propio.” Si vives tratando de sacar tajada de cada situación, empujando al que está a tu lado e ignorando al que sufre, te perderás las recompensas ocultas que Dios tiene escondidas para los que practican un estilo de vida espiritual. Permite que el Espíritu Santo de Dios te llene, te transforme y te haga la persona más feliz del mundo porque: “Mejor es dar que recibir”.

PENSAMIENTO DEL DÍA:

LA VERDADERA FELICIDAD SE ENCUENTRA AL HACER FELIZ A LOS DEMÁS.