Este domingo transitaba por la “Avenida Mitad del Mundo”, en el sector norte de Quito, Ecuador, cuando me crucé con una extensa caravana  de atletas que corrían una de las tantas maratones que se realizan en el transcurso del año en esta bella capital andina. Parecería incongruente que, en una ciudad asentada a más de 2500 mts. de altura sobre el nivel del mar, donde el oxígeno escasea tanto, se practiquen estos desafíos extremos, donde la capacidad pulmonar y el suministro de oxígeno es esencial. Pero a mayor desafío más ganas de aceptarlo, ¿verdad? Un grupo de centenares de corredores avanzaban juntos, casi tropezando unos con otros. Eran “los del montón”, los que corren como todos corren. (Los que no ganarían, obvio) No mostraban signos de agotamiento. En verdad se matricularon en la carrera para “pasarla bien”. Conversaban entre ellos, se reían… ¿Ganar? No, nunca se les cruzó, solo divertirse. Unos metros más adelante iba otro grupo más reducido, tal vez menos de diez, que se esforzaban por adelantarse, con muchas ganas pero sin energías suficientes como para    lograr más de lo logrado, impotentes. Luego, a lo lejos, allá muy lejos, los últimos cinco o seis participantes se separaban por un espacio de escasos 30 o 40 metros. Al sobrepasarlos con el vehículo en el que viajaba, observé sus rostros con claras muestras de agotamiento extremo y fatiga muscular. Bañados en sudor, ni siquiera voltearon a ver nuestro vehículo. Concentrados en una sola cosa: la meta; el alto monumento que se levanta en la latitud cero, y que ya comenzaba a vislumbrarse a menos de 200 metros. Pero más adelante, solo, dramáticamente solo, agónicamente solo, pero emocionadamente solo, el que sería, en pocos minutos, ¡EL GANADOR! También lo observé. Le dolía el triunfo. Todos y cada uno de los músculos de sus piernas y brazos le gritaba: ¡BASTA, BASTA! Pero resistiéndose a todo y a todos siguió, siguió y… (Ganó).

De ahora en adelante, cuando te sientas rodeado de gente como tú, sospecha si no eres otra víctima más de las mayorías. De ahora en adelante, cuando quieras conquistar otra meta en tu vida, sabe que deberás pagar el precio de la incomprensión, la acusación falsa y la soledad.

Pensamiento del día:

El crucificado acabó su misión solo. Igual que los vencedores en su podio, solos.