El Nuevo Testamento utiliza la palabra “carne” para describir toda iniciativa, pensamiento, actitud o acción que no sea producida por el obrar sobrenatural del Espíritu de Dios en mi interior, por más que esta acción sea noble, altruista y de buenas intenciones. También menciona un lugar específico donde el hijo de Dios debe depositar esa carne si no quiere tener problemas con ella. Ese lugar es la cruz. No necesariamente aquel madero en Tierra Santa, pues ni rastros quedan de aquel lugar sagrado. (Dios sabrá por qué) Más bien se hace alusión a la cruz como esa disposición diaria de renunciar a todo lo natural en una entrega total de sacrificio al Dios que mostró misericordia para con nosotros. En Argentina, país carnívoro por naturaleza, sabemos que, cuando la carne deja de “chillar” en la parrilla significa que debes echarle más leña al fuego porque el asado se está enfriando. Mientras se sienta el constante ruido de las gotas de grasa cayendo sobre las brasas todo va bien, de lo contrario… ¡Hay que actuar de inmediato! Cuando Jesús dijo que la cruz (parrilla) debía ser tomada cada día, estaba diciendo que necesito aplicar fuego constantemente. ¡Que no se apague el fuego!, cantaba en mi iglesia cuando niño. La carne va a chillar, tenlo por seguro. (A nadie le gusta que lo sienten en un brasero). El apóstol Pablo lo explicó en palabras similares cuando dijo: “De acuerdo a las misericordias que tuvo con ustedes salvándolos, es que les ruego que cada día presenten sus vidas en un sacrificio vivo y santo. Eso es agradable a Dios.” Alguien dijo que el gran peligro de los sacrificios vivos es que siempre quieren bajarse del altar, y es verdad. El mundo no va a mejorar, Satanás no se toma feriados, y tu carne nunca estará cómoda en la cruz. Aquel grito de los espectadores del Gólgota: “Bájate de la cruz y sálvate a ti mismo” sigue resonando hasta nuestros días. ¿Lo oyes?… Eso significa que la carne está en el lugar correcto. Cuando dejes de oírlo ¡Debes actuar de inmediato!

Pensamiento del día:

Un discípulo de Jesús vive permanentemente crucificado, de lo contrario no es discípulo, es espectador.