Tenemos todos en nuestro interior cierta semilla de rebeldía que, no por ser pequeña, debe ser tenida en poca estima. De hecho, cada vez que se dan las condiciones ideales para que brote, (como sucede con toda semilla) emerge de las profundidades de nuestras miserias y contamina todo, echando raíces en cada rincón de nuestro subterráneo corazón. Es esa manifestación de la carne que se opone al espíritu en esta lucha despiadada  que lleva ya más de seis mil años de historia. Cada vez que queremos comprometernos a sujetar esas pasiones al señorío de Cristo aparecen objeciones y vacilaciones propias de nuestra carnal naturaleza. “Te seguiré, PERO déjame primero que vaya y entierre a mi padre”. “Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad y predica. PERO Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis”. “La iglesia del Señor crecía y se fortalecía. PERO, Ananías y Safira que tenían una heredad…” ¿Notaste la palabra que se repite?… Y esta misma secuencia se presenta en las vidas de millones de “cristianos” que profesan un cristianismo sin cruz. (Perdón la redundancia) ¡Es una incongruencia! Si no mantenemos esa semilla de rebeldía, de cuestionamiento y de condicionada obediencia, en sujeción por el obrar del Espíritu de Dios, literalmente tropezaremos con la cruz de Cristo y con el Cristo de la cruz. Y la única manera de no tropezar con ella es llevándola a nuestras espaldas, como Él lo hizo. Cada vez que la apoyes en el suelo correrás el riesgo de tropezar con ella.

Tenemos multitud de “peros” que han formado parte de nuestro naufragio espiritual y, a pesar de ello, nos mantenemos en esta obstinada posición esperando vencer a Dios. Jonás tuvo que sufrir horrores hasta ceder, sólo para llegar al mismo punto de antes, porque Dios no negocia contigo, tenlo por cierto: “Y vino POR SEGUNDA VEZ palabra de Jehová a Jonás diciendo: Levántate y ve a Tarsis, aquella gran ciudad y predica”.

Pensamiento del día:

Cada vez que te quites la cruz de las espaldas para apoyarla en el suelo tropezarás con ella.