Dios creó primero las cosas y al final las personas, para que estas últimas señoreen sobre aquellas. Fueron las tácitas palabras del Dios Creador: “Señoread sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todo lo que se mueva o arrastre sobre la tierra. Os lo he dado a vosotros para que estéis sobre ellas”. Sí. Dios quiso, en su plan original, que el ser humano gobierne sobre las cosas. La triste realidad actual es que este mandato se ha invertido de tal manera que hoy nosotros nos arrastramos a los pies de aquello que deberíamos gobernar. Las cosas nos sepultan y han llegado a ser más importantes, aún, que las personas. Muy a menudo amamos las cosas y usamos a las personas, cuando en realidad deberíamos estar usando las cosas y amando las personas. Tengo muchas “cosas” que hacer, decimos a diario. “¿Quién agarró mis cosas?”, preguntamos molestos. Este estado de afán y ansiedad fue anunciado por el mismo Señor en el Sermón de la Montaña, pero ha sido desatendido y lo sigue siendo también hoy. Olvidamos o ignoramos que cuando lleguen nuestros días tristes, la ancianidad, el momento de enfermedad o el desamparo, no serán las cosas que acumulamos sino las personas que amamos las que nos sostendrán y estarán allí, a nuestro lado, cuando todo haya perdido el sentido de la vida.

¿Podemos ser tan ciegos que perdemos de vista el valor de las personas que nos rodean y sobre valoramos a las cosas que nos marean?… Sí. Tristemente sí. Tarde, muchos reconocen que al lado de su cama de hospital, o en su soledad, no vendrá a visitarte tu carro último modelo, tu casa en la playa, el gerente del banco que lucró durante años con los intereses de tus ahorros, o el dueño del local de ropa de moda que tanto frecuentaste. Los que estarán a  tu lado serán las personas que amaste y preferiste dándole mayor honra durante tu vida.

Pensamiento del día:

Perdemos de vista el valor de las personas que nos rodean y sobre valoramos a las cosas que nos marean.