Nuestras obras nos definen tanto como nosotros definimos nuestras obras. Esta es una verdad cíclica que, en la mayoría de los casos se reconoce tarde, para bien o para mal. En palabras más populares de un reconocido refrán: “Cría fama y échate a dormir”. Es que es imposible convencer a las personas que somos otra cosa diferente a lo que ellos ven hacer en nosotros, porque somos lo que hacemos y hacemos lo que somos. Es lamentable ver en nuestros días cómo muchos “borran con el codo lo que escriben con la mano”, lo que hacen habla tan fuerte que no deja escuchar lo que dicen. Una cosa en la iglesia, otra en el hogar. Se da muchas veces la misma escena que se dio en el relato del Génesis, cuando Jacob engañó a su padre Isaac, ¿te acuerdas? El padre confundido le dijo: “A la verdad, la voz es la voz de Jacob, pero las manos las manos de Esaú”. En las escrituras Jacob representa lo espiritual, mientras que Esaú lo carnal, y ¿no es cierto que muchas veces nuestra creencia y prédica hablan con la voz de lo espiritual, pero lo que hacen nuestras manos está manchado de carnalidad y mundanalidad?
Nuestra actividad diaria, aquellas cosas que mayoritariamente consumen nuestro tiempo y energías, denuncian nuestras prioridades. Los hábitos, las cosas que practicas a diario, aquellas experiencias que marcan tu estilo de vida; moldean tu conducta, definen tu carácter y forjan tu destino final. Así que vamos siendo lo que estamos haciendo. Es imperceptible, es sutil, es un proceso lento pero efectivo, que en el mejor de los casos traerá como consecuencia una persona madura emocionalmente y con una vida sana. De lo contrario, la imagen que Dios tuvo en mente al crearte, se irá desdibujando gradualmente a medida que te entregas a un estilo de vida sensual, con hábitos nocivos que, aunque a ti te parezca que los tienes controlados, a la larga te darás cuenta que ellos te controlan a ti y será demasiado tarde.

Pensamiento del día:

La clase de obras que hago demuestra la clase de obrero que soy.