El último capítulo de la biografía del profeta Jonás nos presenta a un hombre vapuleado por sus emociones. En el verso uno lo vemos “apesadumbrado hasta el extremo”. En el seis “alegre en gran manera”, y en el nueve “enojado hasta la muerte”. ¿La razón?… Problemas con sus prioridades. Sí. Su corazón no latía al ritmo del corazón compasivo de su Dios. Lindando con lo irónico, se enoja porque Dios salvó a 120 mil almas de ser aniquiladas, pero se alegra por una planta de zapallo que creció durante una noche. ¡Qué ridículo! Pensaba, erróneamente, que todo debía girar en torno a él, a sus planes y a su óptica de la vida. Pretendía que Dios razonase como razona un simple mortal, dominado por su propio corazón rencoroso y egoísta. Creo que pretendía que sea Dios su satélite, y él mismo el centro de gravedad, cuando es a la inversa. Somos nosotros los que debemos andar al compás de Aquel que nos dio la vida y nos perdonó todos y cada uno de nuestros pecados en la cruz. ¿Pero es que acaso se le puede dar órdenes a mis emociones?… Bíblicamente sí. “Estad siempre gozosos”. ¿No es acaso el gozo una emoción y el verbo de este texto un imperativo?… Mis expectativas de vida no cumplidas crean un estado de insatisfacción. Este estado de insatisfacción provoca miedo, porque temo a seguir perdiendo, o ser defraudado. Es sabido que aquel que teme, cultiva una actitud airada ante toda persona que se acerca, porque lo considera amenaza potencial, y ese enojo produce egoísmo, pues solo piensa en sí mismo. Es por eso que Dios muchas veces acaba quitándonos aquello que tal vez Él mismo nos regaló, porque ve que está llegando a ser más importante el regalo de Dios que el Dios del regalo. Lo hizo con Jonás, al secarle la calabacera, lo hizo con Abraham al pedirle a Isaac y lo hará contigo y conmigo hasta que no aprendamos a hacer ese “quiebre con lo transitorio”.

Pensamiento del día:

Cuando vivo guiado por el Espíritu de Dios, soy capaz de dominar mis fluctuantes estados de ánimo y no dejar que mi ánimo me controle.