Dios ha hablado en el pasado, lo hace en el presente y seguirá hablando a sus criaturas mientras brille el sol sobre este suelo. Asociamos Su Palabra con consuelo, aliento, energía y dirección y eso es cierto. Pero también es así de cierto que su Palabra muchas veces nos inquieta. Cuando Él quiere entregarnos sus órdenes expresas nos toparemos con aspectos de dichas órdenes que nos resultarán incómodos, inesperados y hasta no deseados. Si la palabra de Dios es como martillo que quebranta la piedra (y así dice la Biblia que lo es), quiere decir entonces que habrá resistencia. De nuestra parte, obvio. Resistencia al cambio que Dios quiere operar en nuestro interior. Necesitamos evaluar si la palabra que estamos recibiendo es Palabra de Dios de Dios o no, y si vamos a esperar que Él siempre nos diga lo que deseamos oír es muy probable que no escuchemos cuando habla o, lo que es peor, que oigamos otras voces “más dulces” para darnos cuenta, tarde, que caímos en la misma trampa que cayó Eva en el jardín del Edén. En las Escrituras vemos a menudo que la Palabra incomodaba al que la recibía. ¡Hasta le podía parecer ridícula o incongruente! Sara se rió cuando oyó la palabra de Dios detrás de su carpa. Jonás se asustó tanto que huyó a Tarsis. Cuando se le dijo a Zacarías que sería papá quedó mudo del espanto. El joven rico de los evangelios se fue triste porque tenía mucho dinero y Jesús le había dicho que no se puede servir a dos señores. El evento narrado en San Juan seis luego de alimentación de los cinco mil es más que claro. Estamos en el taller del Maestro y su herramienta tratará siempre con aspectos no redimidos de nuestra naturaleza. Tengamos cuidado de tener la actitud correcta cuando nos disponemos a consultar a Dios, porque cada vez que Él nos responda nuestra carne comenzará a protestar.

Pensamiento del día:

Es muy probable que cada vez que Dios te hable seas tentado a pensar que esa no es su voz.