Era un paciente con cáncer terminal. Estaba en plena cirugía dentro del quirófano cuando el doctor se disponía a extirpar el tumor maligno. Entonces le hace una extraña pregunta al paciente semiconsciente: “Disculpe usted, señor, ¿desea que le saque todo el cáncer o desea conservar un poco?…” Quise introducir mi tema hoy con esta gráfica un tanto cruda para hacerte reaccionar respecto a otro cáncer que la Biblia denomina “pecado” y que afecta, no al cuerpo sino al alma y al espíritu. Enraizado cual metástasis este mal endémico acaba con la vida de millones de personas en todo el mundo, en toda época y en cualquier estrato social o cultura. El apóstol Pablo deja en evidencia su presencia en el interior de todo ser humano natural cuando lo expone bajo la lupa de la ley de Dios, según lo expresa en su epístola a los romanos capítulo dos. Ante esta realidad la Biblia menciona que lo único verdaderamente eficaz para limpiarlo de raíz es “la sangre del Señor Jesucristo, Su Hijo que nos limpia de todo pecado”. De alguna manera esa “Ley de Dios” es como un escáner que me muestra la enfermedad de mi alma pero no puede hacer nada por quitarla. Es entonces cuando aparece la sombra de Su cruz como método infalible. Una vez detectado el mal su Espíritu morando en nuestro interior nos capacita y faculta para dejar el hábito. Es un proceso lento, pero en ese proceso es elemental que yo aprenda a ver ese pecado como Dios lo ve ahora. De lo contrario, si continúo acariciándolo y justificándolo, toda esa obra en mi favor hecha por Cristo se torna ineficaz. Nos engañamos cuando decimos que queremos abandonar esta o cual práctica cuando en realidad no es así. Muchos de nosotros queremos parar un poco menos de lo que queremos seguir. Nunca pararás hasta que te percates de la naturaleza monstruosa del pecado que estás cometiendo. Nunca pararás hasta que el pecado te sea más horrible de lo que te es disfrutarlo.

Pensamiento del día:

Tendrás que odiar el pecado antes que puedas encontrar libertad en Él.