Cultivar la vida en comunidad requiere sinceridad, pero lamentablemente, la sinceridad es un ingrediente que escasea en el menú de las relaciones interpersonales en nuestros días. Los humanos hemos desarrollado cierta habilidad en el uso de “máscaras” que nos ocultan y por otro lado ofrecemos la cara que más nos convenga o se amolde mejor a la situación en la que nos encontremos. Esta “hipocresía crónica” nos caracteriza pero a la vez nos despersonaliza e impide la correcta convivencia. Son pocas las personas que pueden demostrar que actúan de acuerdo a sus principios y convicciones interiores, que son realmente genuinos bajo cualquier situación. La mayoría finge, actúa, calla o miente si le conviene. ¿Por qué nos cuesta tanto ser sinceros y auténticos?  Por lo general sabemos lo que debemos decirles a las personas pero nuestros temores nos impiden abrir la boca. A veces, es la medida de nuestro amor por esa persona lo que nos mueve a decirle la verdad, confrontándolo amablemente. Dice el apóstol Pablo: “Hermanos, ustedes son guiados por el Espíritu de Dios. Por lo tanto, si descubren que alguien ha pecado, deben corregirlo con buenas palabras. Pero tengan cuidado de no ser tentados a hacer lo malo. Cuando tengan dificultades, ayúdense unos a otros. Esa es la manera de obedecer la ley de Cristo” ¿Lo ves? Cuando el Espíritu del amor de Dios mora en tu corazón, estás capacitado para ser genuino, no fingir, decir siempre la verdad aunque te duela o le duela a quién la oye. Pero solo así habrás echo tu pequeño aporte para una convivencia más armónica. La comunión verdadera depende de la franqueza, ya se trate de un matrimonio, una familia o una iglesia. Basta ya de pasar por alto el conflicto en pro de un falso sentido de paz que solo logra apaciguar los ánimos pero nunca resuelve el problema. Habla la verdad al que amas y aprendamos a vivir juntos…  pero en armonía.

PENSAMIENTO DEL DIA:

Por lo general sabemos lo que debemos decirles a las personas pero nuestros temores nos impiden abrir la boca.