La vida nos enseña que la clave para la conquista de ideales no radica ni en querer lograrlo ni en tener buenas intenciones para hacerlo, ni siquiera en tener los medios para conseguirlo. De hecho, tú y yo sabemos que muchos de los emprendimientos que iniciamos han quedado inconclusos cuando apostábamos todo asegurando que funcionarían, pero no, un imprevisto, una mínima falla, el desánimo de alguno de los implicados, una enfermedad no calculada… No sé, tantas cosas… Pero lo cierto es que siempre viene a nuestra mente, aquel refrán bíblico que dice “el hombre propone y Dios dispone”. En el libro de Deuteronomio, en el A.T., tenemos el relato de un momento trágico en la vida de la nación de Israel en que, producto de su desobediencia, Dios les envió al desierto, les dijo que desistieran en la empresa de conquistar la tierra prometida, que lo postergaran para otra oportunidad, pero ellos, obstinadamente dijeron: “no. Igual queremos avanzar.” El resultado de la discusión del pueblo con su Dios lo vemos en el capítulo 1 del libro. Obstinadamente avanzaron solo para recibir una lamentable derrota que Dios ya les había profetizado. Como te habrás dado cuenta: La victoria es de Jehová. Claro que Él demanda nuestra parte, que siempre es la mínima, la mayor parte es de Él, pero nuestra obstinada actitud de enajenación de Dios, casi siempre le deja a Él fuera de nuestros proyectos y nos acordamos de Dios solo cuando las cosas nos van mal y, egoístamente, usamos a Dios como salvavidas o salva proyectos.

Dios no es un amuleto de la suerte, por si no lo sabías, y quiere ser parte protagónica en nuestros planes y proyectos que, al fin y al cabo, conforman nuestra vida.

La gran lección que Dios quiere que su criatura entienda es que somos seres dependientes y no suficientes, que necesitamos de Él y que sin Él la victoria, no solo es improbable sino imposible.

PENSAMIENTO DEL DIA:

Sin Él la victoria, no sólo es improbable sino imposible.