Acabo de hojear un libro de aventuras misioneras que me paso mi pequeña Dafne. Mi mente retrocedió treinta años de historia cuando me “devoraba” cuanta literatura de ese tipo pasase por mis manos. De alguna manera ese hábito forjó en mí un corazón por las misiones. Mezcla de llamado, (el fuego) y de emoción (la leña). Lo cierto es que hoy me encuentro escribiendo mi propia historia. Historia que dista años luz de aquellas aventuras misioneras donde los protagonistas abandonaban literalmente  “todo” para llevar el mensaje de Dios a lejanas y desconocidas tierras. Hoy creo que no se “arriesga” tanto. Hay más recursos, comodidades, asistencia; pero se irradia la misma luz, a las mismas almas en tinieblas, con la misma leña y el mismo fuego. Y a medida que escribo más capítulos de mi historia compruebo que la “misión de Dios”, la verdadera obra de Dios, soy yo. Es Él obrando en mí. Todo lo demás se deriva de esto. Con esta concepción de la vida en mente es mucho más fácil aceptar los tratos de Dios si reclamos y los de los hombres sin vengatividad y rencores. De esta manera comprendemos que cada cosa que suceda cerca de nosotros tiene un objetivo superior dentro de nosotros. Que las “personas no deseadas” que se cruzan en nuestro camino no son un problema en sí sino una herramienta en las sabias manos de Dios enviadas para modelar nuestro carácter. Que la adversidad, las injusticias, las necesidades y hasta la enfermedad misma puede y deben ser instrumentos diseñados, enviados y aprobados por  Dios para mi beneficio personal. Seamos honestos, hay lecciones de vida que no las aprenderemos de otra manera que no sea traumáticamente. Por las buenas el proceso se hace largo, tedioso y riesgoso ya que puedes quedar agotado en el camino, pero por las malas… a veces es lo que necesito. El apóstol Pablo dijo que todo aquel que decida acudir al llamado de Jesús debe hallar completa realización en Él: “Vosotros estáis completos en Él”. Según esta declaración sagrada, entonces, todo lo demás es secundario, accesorio, complementario. Sólo una cosa es necesaria y la realización de vida la experimentan aquellos discípulos que, como María de Betania, han escogido la mejor parte: Sentarse a sus pies y oír su clase.

Pensamiento del día:

“Nunca esperes que Dios te use en cambiar vidas, cuando Él aún no logra cambiar la tuya.”