Todo ser humano vive en busca de felicidad. Pareciera que nace en tristeza, y en cierto modo esto es verdad. Su insatisfacción inherente le hace buscar y buscar incesantemente algo o alguien que llene ese vacío con el que viene a este mundo. Es que todo ser humano nace incompleto porque nace sin Dios. Es una cuestión heredada. La historia humana está marcada por el estigma del pecado que escogimos desde los inicios. Es justamente ese pecado que nos ha introducido en una forma de vida independiente del Creador. En esa búsqueda de  complacencia los hombres y las mujeres transitan insatisfechos cosechando amargura y frustración en todo proyecto de vida que emprendan. Por eso el hastío, la oquedad y la depresión. Erramos al creer que la felicidad es un lugar al cual aspiro llegar algún día. Es, más bien, una forma de viaje, un vehículo en el cual voy a cualquier lugar. No espero llegar a ser feliz, soy feliz y espero. Ese vacío (que tiene forma de Dios) es lo que me debería acercar a la verdadera fuente del gozo: Dios y la vida de relación con Él. Es una tragedia intentar vivir buscando en lugares equivocados lo que tengo aquí a mi lado. En otras palabras David lo expresó en uno de sus Salmos: “El bien que busco no está fuera de ti, y todo lo que no seas tú para mí no existe”. Muchos transitan sus vidas esperando el bien en sus cónyuges, y no resulta. En sus hijos, son inestables. En las posesiones, duran poco. En los amigos y la vida social, hoy están y mañana no sabemos… Es entonces cuando las manos se caen y pareciera que nada tiene sentido. Es entonces cuando debes dirigir tu mirada a Quien te dio la vida y quiere que la vivas en abundancia.  Si comienzas una vida nueva basada en la fe en Jesús descubrirás el secreto del contentamiento que es mucho más que el conformismo o la comodidad, es el descanso de saber que allá arriba hay un Dios que me ve, me cuida y me ama más que nadie.

Pensamiento del día:

La felicidad no consiste en llegar a tener lo que anhelamos, sino en disfrutar de lo que ya tenemos.