La famosa carrera de Maratón hace referencia al acto heroico en el cual Domedrión, general ateniense, corrió 42 kilómetros para dar la noticia al Gran Alejandro Magno sobre la victoria del ejército heleno en dicha ciudad: Marathon. Cuando los atletas griegos se disponían a correr la Maratón cada año lo hacían  conmemorando aquel suceso y a aquel soldado. De alguna manera cada competidor era poseído por ese espíritu de héroe y sólo pensaba en llegar primero. Sumado a este estímulo interior había otro externo que era el observar al podio, el estrado, los laureles, la corona que, intencionalmente, se ponía en el miso lugar de la partida. También hoy, en las carreras modernas, muchas veces el lugar de la largada coincide con el de la llegada. Esta misma táctica de los organizadores de eventos deportivos se observa, por ejemplo, en competencias deportivas a nivel internacional como el fútbol o el tenis donde se ubica el trofeo a conquistar en la salida misma de los competidores por el túnel. Ellos pasan al lado del trofeo, miran de reojo y sus espíritus se cargan de una dosis extra de energía porque saben que deben obtenerla a cualquier costo. Aun durante la carrera el recuerdo del trofeo y la imagen del momento de la llegada están grabados delante de él y en momentos de desánimo le inspira a continuar.

Jesús, en los tramos finales de su carrera de redención, estuvo al límite de sus fuerzas: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte”, fueron sus palabras, pero dice el Autor de la epístola a los Hebreos que: “Por el gozo puesto delante de Él, soportó la cruz, menospreció el oprobio y llegó y se sentó en el estrado de premiación, al lado de su Padre”. Todo humano que intente correr la carrera de la vida sin este estímulo interno de imitar  a nuestro máximo héroe: Jesús, el Autor y Consumador de la fe, y sin el estímulo externo, esa mirada de fe que me permite vislumbrar aquel día cuando lleguemos a la meta, quedará postrado a la vera del camino como tantos.

Pensamiento del día:

Si no te importa triunfar en la carrera de esta vida ¿para qué la corres?…