Mi perra Golden Retriever me acompaña varias veces en la semana cuando camino hacia el seminario a dar las clases. Correa en mano intento guiarla y enseñarle a que camine a mi lado. Y digo “intento” porque aún no lo he logrado, (en verdad creo que intentaré el resto de su vida). Mayormente de regreso a la casa vuelve cansada y no lucha tanto por ver quién marca el paso, pero cuando salimos rumbo al trabajo la cosa es muy diferente. Llega al extremo de ahogarse jalando  de la correa por adelantarse, por escoger su propia ruta y por acercarse a cuánta cosa le llame la atención. Obvio que la que se perjudica es ella, pues llega con su lengua afuera por luchar tanto con su dueño mientras dura la caminata. Con Dios nos sucede lo mismo. Él nos quiere “pasear” por la vida.  Sabe cómo andar, dónde ir y dónde no. Somos nosotros los que gastamos nuestras fuerzas luchando con Él, tirando de su mano, intentando marcar el ritmo y el curso de nuestras acciones. Nuestro agotamiento es síntoma de una vida desconectada de su mano. Casi pretendemos pasearlo a Él y que se sujete a nuestra correa para que vaya donde nosotros queremos. ¡Qué ingenuos! El hecho de que Dios, muchas veces, en su infinita paciencia acceda a nuestros caprichos e intenciones, no significa que Él sea nuestra mascota. Nosotros somos propiedad de Él y en dejarnos guiar tiernamente por su mano está el verdadero disfrute de la vida.

Por ese motivo andamos mayormente con  la lengua afuera y cansados, porque en vez de llevar Su yugo caminando como el buey nuevo al lado del más experimentado, lo queremos llevar nosotros solos. Es tan ridículo como remolcar un automóvil con un camión y pretender que el que guíe sea el automóvil. Aprovecharíamos más nuestras fuerzas y tiempo si  dejáramos de tirar de la mano de Dios y permitiéramos que Él nos lleve de la mano.

PENSAMIENTO DEL DÍA

El agotamiento es síntoma de una vida desconectada de la fuente de poder.