Una nota interesante respecto a la geografía de la nación de Israel, es lo que sucede con el río Jordán. Este emblemático río que cruza las páginas del relato bíblico casi en su totalidad nace en la región norte del país, Galilea y abastece el mar del mismo nombre llenándolo de aguas dulces y ricas en minerales y peces que abundan en la región. Luego de fertilizar sus costas con una rica resaca sigue su curso hacia abajo, atraviese más de la mitad del país y entra en otra cuenca acuífera que lleva por nombre Mar Muerto o Mar salado. En esta ocasión, a diferencia de la anterior, el agua del río entra pero no sale. No tiene ningún cauce natural. De tal manera que el agua estancada se evapora bajo el ardiente sol aumentando la concentración salina que mata, literalmente, toda vida. (De ahí su nombre) Es la misma agua, es el mismo río Jordán, es el mismo país pero en una ocasión el agua entra y sale renovándose para vida y en la otra entra pero nunca sale estancándose para muerte.

Si aplicamos esta analogía al Reino de Dios, podemos decir que toda bendición que no se comparte se echa a perder. Cuando el endemoniado gadareno, luego de la liberación de su cuerpo y de su alma le rogó al Señor entrar en su barca para unirse al grupo evangelístico, Jesús se lo impidió y le dijo: “No. Vete a los tuyos y cuenta cuán grandes cosas ha hecho el Señor contigo.” Cuando Pedro se deslumbró viendo su gloria en aquel monte de la transfiguración quiso detener ese momento haciendo una morada para los allí presentes y Dios no atendió ese deseo, porque en el valle había una multitud necesitada de asistencia espiritual y ellos tenían lo que los otros necesitaban. Sentimos siempre la tendencia a retener aquellas cosas que nos benefician y prolongarlo indefinidamente, y cuando no podemos casi con un aire de nostalgia decimos: “Lo bueno siempre dura poco”. Pero Jesús sabía que la mejor manera de retener una bendición es compartiéndola y eso es lo que debemos practicar también nosotros. Seremos los primeros bendecidos.

Pensamiento del día:

Comparte lo que Dios te da. De lo contrario tu vida comenzará a apestar como agua estancada.